Todos los trabajos en Chile comparten un mismo telón:
rostros con sonrisas prestadas,
miradas que esconden el peso del día,
y un leve temblor de estrés en cada gesto.
En esta tierra larga y angosta,
lo único que crece en las oficinas no es la esperanza,
sino el cansancio.
La productividad nos consume como una hoguera
que alimentamos con nuestras horas,
nuestros sueños,
nuestra paz.
Quizás por eso, aun con títulos colgados en la pared,
muchos solo anhelamos alejarnos
de esta gran maquinaria que nos exprime la alegría,
que nos arrebata el tiempo con los nuestros,
y nos deja sin espacio para sentirnos vivos,
libres, verdaderamente felices.
¿Será esa la razón por la que ya no nacen tantos niños?
La vida en Chile se ha vuelto tan cara
que trabajamos no para vivir,
sino para sobrevivir y pagar lo que debemos.
Y si quieres algo más, algo tuyo,
debes hipotecar el futuro.
Muchos preguntan:
“¿Por qué se endeudan?”
Pero es que así ha sido siempre.
Así es este sistema:
una rueda que gira y nos arrastra,
mientras fingimos que todo está bien.
M.C.V.S